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Saturday, October 19, 2013


-¡Ja! ¡Ahora estamos hablando! ¡Ahora estamos en familia! Y ahora te puedo contar, antes que nada, las cosas de la mía, que a mí, como quien dice, me nacieron dos, según me creo. Y según se creyó él, fue mi primer padre un tal Gonzalo González y mi madre, según yo vi, fue Petra Pérez. Pero entre tantos muchachos tuvo que ella repartirse que terminamos diciéndole La Madre para evitarnos pleitos de propiedad intermamal. Y fue que un día y según lo que dicen que mamá sólo hay una y que seguramente no haya papa solitario, cada cual se la peleaba como suya hasta que, al fin, al fin, chillando unos, gruñendo otros, rebuznando el resto se formó tanto vocerío que ella interviene y nos grita a escobazos “Sea la madre de tos ustedes”.  Y así pensamos que era buen consejo ese y nos dijimos “puuuuessss, sea La Madre y no nuestra”. Y así se quedó.
 Y fíjate que fue lo contrario a lo que pasó conmigo que como yo nací azul, azul por falta de hierro, a dios gracias, el doctor me tomó por afixiado y que me entra a pescozones en el pecho que me lo deja colorado, y llega el tal Gonzalo de padre y que me ve y que le parezco un súper héroe de caricatura y que me pone Héroe por no ponerme Mejías o Avatar o Chu o Cresto que eran nombres que estaban bien de moda en ese momento. Y es que decían que ya rozaba el fin del mundo a falta de agua y almas y que eso quería decir que a cualquiera podía nacerle el redentor de to esto y como a mí padre eso le sonaba al mostro del apocalisi, que le tenía terrorismo porque había oído que muchos se habían vuelto locos de leerlo, me puso mejor Héroe, que por algo dizque era un bambalán de siete pares que se fundió la bombilla leyendo comics en calzoncillos y sudando la gota flaca, que nunca ni sudó ni pan ganó. Y cuando le dijo a La Madre la idea esa de lo de Héroe, ella que se ríe y dice “sí, éste va ser Nuestro Héroe”. Y después se pusieron de acuerdo en maldecirme con ese nombre, que de tan flaco, deshidratado, medio malparido y medio bien cesareado fue el chiste que a todos les dio más gracia en aquel momento y siguió dándole por mis pecados que pescaré luego, si es que todavía se peca en este mundo. 
Y pasó que a mi Gonzalo de padre según se le iba fundiendo el bombillo con cuanta bobería leía del reguero de comics que le había heredado un tío, decidió de entre todos los superhéroes imitar al hombre invisible. Y fruuu, ¿quién sabe cuántas hazañas se habrá tirado sin nadie verlo?, y menos que nadie yo, que por no decir verdad, me entristeció no tener que invertir ojos ni orejas ni narices en la fantasía de heroína de padre tan Gonzalo. Y no me faltó como quiera un Martín Martínez, un Rodrigo Rodríguez ni un Domingo Domínguez que de mí no se encargara, que entre tanta muchachería en casa de la madre de tos nosotros la pradera de padres terminaba confundida. Agarraban al primero que apareciera por la puerta y le trataban de poner un bombón o un sandwich o una paleta en la boca de parte de padre y como yo había salido el más averiguao de la hermandad, terminaba chupando los más bombones y mascando los más sandwiches. Esperaba que se asomara alguno de los padrones y que estiro el cuello por la puerta pa fuera, que saco la lengua yarda y media más allá que mis hermanucos y hasta que casi me esnuco no la vuelvo a meter en el estuche. Y a la verdad que el truquito le dio gracia a la fila de padres y más que otra cosa gusto, porque ya no tenían que estirar la mano para dar el dulce con semejante lengua a domicilio. Y es que hay padres por ahí que no se acuerdan que ellos también fueron hijos y, si se acuerdan, piensan que en los de ellos cobran toditas las padres cosas que no vieron ellos de niños. Y por eso mismo no fue de agua maravilla que después de un tiempo se cansaran y dejaran de traer dulces, porque disque se subió la dulzura al cielo, y allí andaran diabéticas las nubes que ni se animan a llorar. 
Y yo pues tampoco tuve tiempo pa llorar la dulzura que se me escapó de la lengua. Pasó que a la madre que me veía tan tan le sonó un tin tin en la cabeza y se le ocurrió que si sobresalía entre tanto hermano debía de destacarme donde quiera, que por tanto dulce ya no estaba tan flaco como mis hermanastros y hasta pasaba por de otro lado, gordito y colorado. Y que me pone en una disque escuela y yo que ahí sí que me acabo de acabar, pues ¿quién no termina primer entre peores, cuando lo bueno es lo malo y lo malo es lo mejor? Así fue que lo primero que noté al entrar en la dichosa escuela esa es que era escuela de jirafas, que yo, el más estirao de mis hermanos, parecía al lado de tos ellos pingüino por lo sin cuello y en lo de lengüilargo me ganaban por legua y media, que parecía que se las amolaban en las casas a machete. Y si no es por estos cascos mismos, jamás le habría encontrado el dulce a piña tan agria, que como muchos empecé a los puñetazos y acabé despuñetado, entre de cabezazos y acabé apenado, traté de asaltar y casi termino ensartado, y no fue hasta que vi que alante de cada calzoncillo no siempre había pantalones, que logré remediar el medio pocillo de vida que me habían dejado a fuerza de gargajos, patadas y coscorrones. Ya que han pasado sus añitos y que ha llovío y que falta tanto por llover, que es un decir, tengo que confesar que no culpo a mis escupidores, pateadores y coscorroneadores por sus maldades, porque a fin de cuentas ésa era la moraleja de arroz con habichuela que a capela uno tenía que mandarse. Y no bastaba más que un día pa que uno se fuera acostumbrando a la idea de guarecerse o causar guarecimiento. Y si no se lo figuran, oigan este trajín.
No hice más que llegar el primer día y caminar desde el patio hasta el pasillo del primer piso y cometí un error salivar, que desde el segundo piso se asomaron más rápidos que la peste más de quince sentinelas, quienes jugando a los franco gargajeadores me dejaron más pegajoso y ababado que límber de crema a medio chupar. No dejaban a cristiano sano ni a ateo sin persignar, que sus municiones no perdonaban ya no sólo a ingenuos primerizos como yo por aquellos días, sino también a maestros, conserjes, guardias y empleados misceláneos. Todos éramos iguales ante la saliva, que jamás se ha visto comunismo más justo en la repartición de gargajos. Yo me enojé tanto con la bienvenida flemática que, cegato, tiré cuanto cantazo pude contra las primeras sombras que vi entre tanta neblina. Me parecía estar peleando con gigantes, porque la baba me hacía de lupa en los dos ojos. Pero, al fin, cuando pude ver alguito, me fui calmando, que los gigantes, si no eran tan grandes, lo eran mucho más que yo y ya me tenían rodeado. Y me callo esta parte, por ahorrarle curitas a la memoria.
Y ahí sí que me di cuenta que los dichosos sentinelas de la baba acababan siendo angelitos del cielo bucal al lado de los colgados de pasillo, que eran unos tipos que me doblaban los años, la estatura y los bigotes. Éstos dichosos abanderados por efes de todas clases, tenían reino libre por todo lo que a los otros nos faltaba por echar parriba. Y lo peor era es que tenían montados club y asociación, que se reunían todos los días en pasillos designados donde formaban una fila a cada lado. Esperaban a que uno tuviera que pasar y cada cual buscaba la forma de destacarse encima del punching bag de tu persona. Tan diligentes eran en su encomienda que terminaba uno hecho saco de chichones. Para colmo de males había entre ellos siempre algún enano que te remataba pateándote del zipper pabajo. 
Pero debo decir que lo peor que viví aquel primer día de escuela no fue más que enfrentar la cría de las gallinas ponedoras. Y es que tenían una tradición de lanzamiento huevero contra los recién llegados, que uno terminaba más aclarado y eñemado que tortilla de record guiness. Yo, creyéndome listo, decidí unirme a un corillo de primerizos y hacer como los pescaos con los tiburones, únete y confudirás. Pero los pescaos siempre están bien coordinados y yo entre todos era el más pecilento, así que a la hora de esquivar los proyectiles hijos de gallina todos se movieron a coro y yo terminé en el medio sin coartada ni guarida. Los colgados y demás bambalanes que hasta en motora habían llegado enhuevados apreciaron mi protagonismo y no hubo ninguno que no me tirara una docena. Quedé triste y lloroso y al cabo furioso. Pero mirándome tan maltrecho entre las babas y cáscaras hueveras me sentí como pollo al que recién le rompen el cascarón y mira el mundo por primera vez y ve a alguien ya esperándolo con cuchillo y tenedor y hasta salero en mano del otro lado. Así que me dije espabila, que está la cosa mala y tú estás solo. Hoy por ti y mañana por ti. Y juré tomar venganza algún día. Pero enloque me apunté en la verdadera escuela, aquella dentro de la escuela putativa, y es la de las miserias, que siempre se aprende mejor a los bofetones que a fuerza de gotero. 
En un solo día me abrieron los ojos y me cerraron la calma. Y de una sola tirada me iniciaron en el oficio de la perse, que todavía es hoy que me sirvo de él con la cuchara grande en la apretada carretera de la vida. Y pasó que dentro de par de días no había gargajo ni coscorrón que me alcanzara y dentro de par de meses ya no había quien se salvara de los míos. Pero era cosa cansona consagrarte al gargajo y coscorrón y más si todavía te quedaba un remiendito de pena, que como yo las había pasado tan malas no me encantaba ver en otros el espejo de mis miserias. Por eso, no tuve mucho futuro en esos ejércitos y me ocupé más en ser truquero de a todos que palero de algunos. 
Y fue que con el tiempo que pasé entre colgados y sentinelas les vi la pata de que cojeaban. Y es que como estaban en lo más alto de la condena alimenticia ya habían desaprendido la desconfianza y se creían cualquier cosa que le dijeran. Del bochinche no se cuidaron y por el bochinche se fastidiaron. Que fui de lleva y trae de embustes hasta que sembre discordia entre ellos y paz en la tierra escolar para los chamacos de buena voluntad. Y fue de esta manera. 
Había entre los colgados uno al que le decían Agüelo por ser el mayor coleccionista de décadas entre ellos. Era el tal Agüelo espigado como bambúa, una ele minúscula de flaco, prócer por los bigotes, tostado más que sobaco de bruja, con mil cienpieses de cicatrices y con los puños más anestesiados por la rutina de romper crismas. Tenía siempre los tennis brillados, haciéndole juego un gallo de patitas bizoriocas en medallón de oro guindándole entre tetillas. Tenía más mal humor que el zumo de alcantarilla que se encontraba en aquella escuela por cada esquina. Y no soportaba sobrenombre, especialmente alguno de ave de agua. El gran amigote de esta antigualla era un tal Hernán que sin ser muy cortés se las echaba de conquistador, según él mismo chilló en la clase de Historia elemental, escupiéndole guiñás al maestro que le rió la gracia quizás más por miedo que por humor. Y es que el tal Hernán gozaba de la inmunidad que le daban los senior puños del Agüelo y había que reírle las boberías pa poder seguir sonriendo con los dientes. No había dejado a novia ajena tranquila, porque ellas acababan aceptando el junte que, en verdad, más les convenía en la condena alimenticia. Había compartido por deporte a todas menos una, que era la novia del Agüelo y era la nena más linda, sin ser la más lista, por decir poco, que la veía siempre al mediodía babeándose detrás del comedor mientras daba vueltas en su propia órbita con los ojos azules de embuste blancos. Quizás tenía vena de demente, digo yo. Y el tal Hernán ni la miraba, porque sabía que el Agüelo la celaba más que al brillo de sus tennis. Y así se llevaban más que bien los dos cangrimanes en pacto de jueyes machos y se compartían la batuta del ejército de colgados y sentinelas, que al cabo eran dos alas del mismo pajarraco. Y por un pajarito se fueron a pique. 
Pasó que yo, viendo las fichas que tenía, me aproveché y ¡capicú! Empiezo a secretearle cada dos días al Agüelo vidas y venturas de Hernán y a advertirle, fingiendo gran devoción, que el próximo coronado podía ser él, que no sé qué yo había visto raro detrás del comedor. El Agüelo no era tan tonto y al principio no me hacía caso y no pocos empujones me dió por boquiflojo, aunque a decir verdad no tan fuertes como quien no quería despacharme del todo. Así que ahí que le añado más sazón a la mezcla. Una semana después le pregunté, haciéndome el bobo, de qué era el medallón que llevaba guindando. Y él que me dice que él lo había mandado hacer en honor de su difunto gallo, campeón como él en peleas disparejas. Y yo que me pego y empiezo a mirar el gallo de cerquita, me tiro par de jums, bostezo par de nos, y al cabo chillo un Hernán es un embustero. Y ahí el Agüelo me pregunta por qué confundido, mordiendo el anzuelo derechito. Y ahí que le digo que las patitas del gallo tenían sus espuelitas bien puestas y que no parecían patas de pato na. Y el Agüelo se puso de mil colores y poco falto pa que me liquidara por ser mensajero de tan terrible plumaje. Pero contrario a su costumbre, se aguantó, no sin empezar a mirar mal de vez en cuando y a hablarle menos al tal Hernán y preguntarme más cosas a mí. 
Se fue ese día a su casa, donde las predicciones de su futuro coronamiento a manos de Hernán se adobaron con salsa de patas de pato y de repente todo se mostró claro ante sus ojos, menos el embuste. Al otro día, me preguntaba ya si había vuelto a ver las cosas raras de las que le había hablado detrás del comedor y yo le respondí que no había vuelto a pasar por allí, pero que me haría mis averiguaciones. Mientras tanto, Hernán estaba desesperado, intentando adivinar qué le pasaba al Agüelo con él. Como me veía ahora hecho el nuevo confesor de su excamarada, me preguntó a mí sin sospechar que abría un saco de trampa. Yo le contesté bajito y humilde como quien quería conciliar a tan buenos amigos que no sabía por qué Agüelo se había ofendido, quizás porque él un día le piso las tennis y se las dejó con una mancha que no le salía, y de repente no quería ni verle la cara. Hernán que sí que era bobo pensó que era cierto tan flaco embeleco y me pidió consejo con ojos de cordero degollado. Yo le dije que le pidiera a nuestra señora la Agüela, que así le decían a la novia de su masculino, oportuna intercesión porque disque ella era a quién único el Agüelo le hacía caso. Ni corto ni sospechoso, él que le manda a ella recado conmigo. Yo que vuelvo rápido con la respuesta, que al cabo yo era remitente y recipiente. Y le digo que la Agüela lo iba a esperar al mediodía detrás del comedor. 
En la clase que cogíamos juntos antes del almuerzo lo veía sudando, jincho, jincho, y mirándonos como recién nacido como que era la primera vez que no la cortaba. Cuando sonó el timbre casi se desmaya en un suspiro y algo más. Lo seguí sin que se diera cuenta, mientras cojeaba resoplando hacia su destino. Ya la Agüela estaba en su órbita, que hasta cortaba la clase antes pa curarse del exceso de baba. Hernán que, al parecer nunca la había visto en tales trotes, quizás pensó que tenía un bajón de azúcar y la agarró impidiéndole completar su órbita, porque quien no la hubiera visto antes habría jurado que estaba a punto de darse contra el piso. Así las cosas, corrí, llegué y chotié. Con las alas del embuste, el Agüelo corrió entonces hasta detrás del comedor. Vió a la una en los brazos del otro. Se calló. Y se fue apretando los puños y por más que apretó los párpados como quiera le parieron un par de lágrimas. Me dio un poco de lástima verlo con tan triste figura, pero ya los daños estaban hechos, el que me hicieron y el que devolví. No había remedio como nunca lo hay de las cosas pasadas. ¡Si sólo nos retoñara el alma quizás nos quedaran por lo menos las cachispas del remordimiento! Pero mejor le doy, que ya perezco porque parezco.
 Al rato, decía, se acercó el Agüelo a Hernán, que ya se había quitado de tratar de hablarle y de hacer hablar a la chica planeta, y que le zampa tremendo bofetón que lo deja también hecho estrella. Pero lo raro fue que Hernán sacó guille de yo no sé dónde y más que nada fuerza y que le cosquillea patrás la cara al Agüelo. Se declararon guerra de tres de la tarde, que es el peor campo, la peor hora, y la peor predicción de batalla en aquellas partes. Fueron a las clases, que siempre antes de pelear lo tenían por costumbre, pa ir regando la voz y haciendo bulto en sus corillos. Se formaron dos bandos de sentinelas y colgados cada cual apoyando a uno de los generales. Sonaron las tres. Salieron los dos. Se juntaron los muchos. Se miraron mal por un rato, por eso de estartear los ánimos. No sé quién dió el primer cantazo, pero en un segundo se llenó la calle de puños, patadas, mordidas y no pocos gargajos. Sangre y dientes no faltaban y hasta las cunetas se pusieron doradas por todos los binblines que salieron volando de los cuellos a fuerza de galletas. Con tanta galleta, yo puse la mantequilla. Tan distraídos quedaron, que no se dieron cuenta que yo ya llevaba la olla del duende debajo del sobaco que hasta me parecía ver un arcoiris. Me fui con todo aquel binblineo calle corriendo a mi casa, que no me convenía estar allí esperando el pateco. 
Mientras corría, escuché como se acercaban las patrullas de la policía con las sirenas rubias y gordas que siempre mandaban con escopeta a traer la paz a las guerras de las tres. Y vi como los ejércitos se separaron, porque me pasaron por el lado gritando agua y metralleta. Llegué a casa. Le di no poca parte de la olla de duende a la Madre a quien nunca después de aquello vi más orgullosa que hasta me llamó mijo y me cocinó un pote de chef boyardee. Yo estaba que explotaba de contento, porque todo me había salido a pedir de bemba. Al otro día, ninguno de los bambalanes se miraban a la cara y por meses pudimos todos los de más abajo en la condena alimenticia vivir en paz. Pero, como todo happy ending en este mundo menos nice que verdadero, el embeleco terminó a medio pocillo. Y de eso te voy a contar después, que por ahí viene el chofer de la guagua y quizás le queda un dedalito de alma todavía y se compadece de nosotros, que llevamos esperando ya buen rato.
-¿No hay quién flete?

Sunday, September 18, 2011

Endecadentesílabos


Crespo
Salió con el pinocho entre los dedos,
en una foto de la primera hora,
no se sabe si él mentiras aún atora
por salir gongorino a lo Quevedo.
O acaso así a su choncha hada madrina
le evitaba tener cara llorosa
al chillar “síguelo, camina,
vete y pon nariz en polvorosa.
Head & Shoulders debiste haber comprado,
hace meses te lo había recomendado,
que cambia los problemas de la caspa
por un cabello hermoso, ¡gana y raspa!
Adiós querido hombre de las nieves
que tras ser abobinable, crespo eres”.


http://qiibo.com/2011/02/25/fin-a-la-novela-rolando-crespo-positivo-a-cocaina-viideos/





Héctor
Que y que por el aleteo hasta Las Vegas
por  bravo ya creerse más que Aquiles
no Priámida, salió, sino  Martínez
por conspiración, convicto, andariega.
Aquí se abraza a los de Troya muros
chilla y grita, y ahí dice mientras llora:
“¿Podrá Schatzito defenderme ahora,
mi rivera en medio de este río oscuro?
Bendito él más y maldito ya yo menos
no tomé menos, pues aquí estaba Tomás.
Él puede a la botá ponerle freno;
en el Senado no hay quién mande más.
Si así de todo él fuera presidente,
corrupto ya no habría ni delincuente”.

http://www.primerahora.com/hectormartinezyjuanbravoculpables-481013.html





Cenadora
Cuando aún tenía el día menos horas
de lo que había en su plato quesadillas
larga astilla no le hizo ni cosquillas
por ser ella honorable cenadora.
“Debí haber sido, nos confiesa ahora,
traga fuego, traga estacas y machetes,
traga monedas, contratos y billetes
que el circo si más tragas, más te adora.
Pero ya como abundan los curiosos,
que buscan por qué y cómo en mi hazaña,
de guaza les daré buena lazaña
que no se entiende bien con diente ocioso.
Nuestro circo de mármol y sin carpa
magos tiene demás asalariados
que sin abracadabra y tocar harpa
del sombrero sacan desempleados.
Son así todos sólo a Tatín segundos:
 Todos de nariz payasos albiroja;
elefantes todos por lo rotundo,
pero con un solo maestre, el cual si enojas
a las supremas te echa bestias fieras.
Yo viendo aquí que lo que faltaba era
entre tanto payaso tragadora
mediando vaca y media hecha churrasco,
como buena cenadora, yo sin asco,
chuculum con la astilla tenedora”.

http://www.primerahora.com/senadoralornnasotofueoperadaexitosamente-480902.html
 Laberinto de Maleza...1
Pitirre 1: Desde que aquí se trompeteó belleza,
amigo, requete ando confundido
tanto así que no sé decir qué es nido
ni si tras de tantas pajas hay cabeza.

Pitirre 2:Socio, entiendo la duda que confiesas,
que tanto embeleco no se ha urdido
desde que el de hilo bollo fue extendido
en el de Creta laberinto, ¡qué proeza!

P1:Hermano, soy pitirre y no Teseo;
mi paso esta madeja no endereza.
Botao ando en laberinto de maleza,
que de escapar no cumplo mi deseo.

P2: Mejor déjale a Dios este misterio,
que ni aquí hay persona humana que explique
ni aun pitírreo pico que replique
de espantapájaros este cementerio.





Bien hasnos rebajado...
Libras perdió, dietas ganó, el Arango.
¿Quién esta paradoja entender puede,
que dizque el pantalón flojo le quede,
muslo y bolsillo más apretaos que un tango?
Así funciona, nos confiesa orando,
“Jaimito, de los chichos la salida,
Jaimito, tú nos enseñas que comida,
si otro paga, rebaja manducando.
Jaimito, que bien hasnos rebajado.
Jaimito, tú que bien hasnos instruido.
Jaimito, tú bien hasnos sugerido,
más billete cabe en bolsillo holgado.
Que si antes no me cabía ni un sencillo,
por ti ahora to el erario embolsillo”.

http://spotlight.vitals.com/2011/04/dr-jaime-salas-helps-puerto-ricos-officials-get-in-shape/ 

Saturday, September 17, 2011

La piononificación del porcino fortuño.

 Arriba: Radiografía de la chola fortuñista después de la piononificación.

 La piononificación del porcino fortuño.

Quiero machacar en la memoria lo que ocurrió la víspera  del 4 de noviembre de 2012, inicio de una era, que si bien no fue ni será afortunada, sí que sí será felizmente desafortuñada. Quítense la cerilla, paren las orejas y oigan lo que les contaré, oh amigos, amigas y hasta ustedes asquerosos tubérculos, parientes socatos del ñame burro quienes con guindante corbata invaden la casa de las bastardas leyes. No me detendré ante el farifo miedo ni ante el favor blandengue que tanto los cosquillea. Lo que cuente será la puritita verdad sin barniz ni miel de abeja. Si alguien buscara las fuentes de las ásperas verdades que aquí consigno, no le responderé, a no ser que me salga del nabo hacerlo. ¿Quién, en efecto, habría de obligarme a fuerza de choque y mojigata prohibición?, cuando sé muy bien que fui liberado de la afortuñada calamidad el día en que murió aquél que hizo verdad de este dicho: “such is life; no todo el mundo nació tan afortuñado.” Si me diera la regalada gana de contestar, diré lo que primero me venga a la lengua (que sucio será por la porcandad del sujeto en cuestión). ¿Quién rayos le ha pedido alguna vez a los historiadores que juren sobre la madre que los parió que dicen la verdad y nada más que la verdad? Sin embargo, si  fuera necesario citar la autoridad en la que se basa esta vaina, vayan y pregúntenle a Séneca que consignó la cojeante ascención del gago emperador Claudio. ¿Qué pasa? ¿Necesitan  una autoridad un chispito más actualizada? Pues los mando a que vean la Revista  del führer Rivera Sheisse, donde se documenta la descención de los cielos del mesías  Pedro T. Rocé Yo, tras  aparatosa y mortal caída de su mesiánica grúa, y  la aún más reciente piononificación del porcino Fortuño,  quien, habiéndose reventado un par de tripas mediante la pudorosa cancelación del setenta por ciento de los fondos de un peo, se encontró la cabeza hecha un pionono repleta del peorreo gas letal y estiró el contrato,  porque ya había empeñado las cuatro patas en las que andaba. Diré lo que, según la Revista del führer Rivera Sheisse,  acontenció en el suelo y en el cielo el día en que el porcino Fortuño se piononificó. Échenle entonces la culpa al führer Rivera Sheisse por toda la guaza que aquí encontrarán.
Del  Caribe el caluroso invierno
se había fumado la nieve hasta el cabo
que el Periquillo Santini trajó en el rabo
aleteando desde las pailas del infierno.
Había dejado al diablo endiablado
pues le llevó toda la caspa con el pico
el cual teniendo un roto no muy chico
dejó a San Juan, cual mayorca, empolvado.
Ésta es San Juan, la tierra del Perico,
chilló Santini con pecho de paloma,
ya que la muerte de Fortuño se asoma,
seré el pichón de todo Puerto Rico.
Luego empolvó el cuartel de policía
y celebraron a macanas  noche y día.
Creo que me van a entender mejor si machaco que el mes era Noviembre y el día el cuarto. La hora exacta, ésa sí que no se la puedo decir, porque ya en este punto no había presupuesto para relojes, pero se sabe que estaba en tres y dos al momento de la piononificación. ¡Qué jibarería!, acaso dirás. Todos los poetas suelen describir cosas bonitas y completas y tú estás brincando de tema en tema como cabro de costa de mogote en mogote. Pido paciencia, que al describir cabros tan grandes como éstos,  a uno no le queda de otra que berrear. Y si no vean como berreó el Führer Rivera Sheisse cuando se enteró de la operación Macanas  del Periquillo Santini.
Ya  el sol en el mar se había hundido
cuando el Führer Rivera se enteró
de la caspa que al Diablo le robó
el Periquillo Santini, el muy bandido,
Berreó más que un cabro que, aunque macho,
le haya tocado parir contra natura
tres corderos de larga envergadura
poco blandos, menos lana, mucho cacho.
Luego sacando buche y pluma,
botando por el pico mucha espuma,
le declaró la guerra al Periquillo.
De supermán se puso el calzoncillo,
encima de un leotardo azul y blanco;
cual capa la pecosa ondeó a su flanco.
Ya  Fortuño empezaba a destituir su alma pero como le era tan cara asesora  como que se le hacía demasiado difícil despedirla. Entonces, la insigne, aunque olvidada, diosa romana Caca  quien sola solita apreciaba su caquífice ingenio, le pellizcó un brazo a la Muerte y sacándola aparte le dijo:¿Por qué no lo despachas, dama desalmada, que si  a ti se te considera la más jincha entre los inmortales, éte qu’etá aquí pujó, repujó y, en muchas otras maneras, se esforzó por ser el más blanquito de los mortales, que hasta le aumentó el período lactivo a los mocosos pa que se les contagiara aunque fuera un poquito lo blanquito de la leche? Ya llevas  cincuenta y dos años torturándolo con su mísera vida. ¿Qué rencor le guardas a él y a la República que lo parió? Lo qu’ hagamos ahora y para siempre quedará en los anales y hasta en los ombligos de la Historia. Haz  lo que debes:
¡Muerte, dátele, Muerte!
Pero la muerte contestó: Juró por ti, oh diosa Caca, y hasta sobre el templo de tu prima, la diosa Cloaquina, que planeaba darle otro cuatrenio para acabar de rematar  los pocos empleos, las ralas artes, y hasta las escasas  buenas noticias que quedaban, porque éste encontró las vacas  flacas, y  les prostituyó el pellejo, les privatizó las pezuñas, les censuró los mugidos, les blanqueó las manchas negras, les dió títulos de propiedad por los cuernos y luego se los confiscó, y no le dejó ni el cepillo de pelos de la punta del rabo a la gente pa que se espantara las moscas.  Sin embargo, como quizás todavía sean buenos los huesitos chupaos de las vacas que quedan para hacer una sopita y, porque tú me lo pides, hágase la muerte. Luego sacó la muerte cuatro muertes chiquitas de un pote, una de Pedro T. Rocé Yo, una de Rubén Berreos, una de Anibál Acepedo Viral y la última del porcino Fortuño. En un año les daré la pequeña muerte a estos cuatro en cortos intervalos, pa que aquél no se vaya solito, y es que estuvieron juntos en tantas papeletas que lo más que conviene es mandarlos juntos al infierno.
Así habló la óptima Muerte
ya persuadida por la diosa Caca
de despachar al porcino huele estaca,
chupa matress,  Fortuño, preñagatas.
Quedó la muerte más que bien cegata
de la ira, la indignación,
el asco, la impotencia, la emoción
y, en arroz y habichuela, estreñimiento
que por absurdas y tan obvias razones
le causó el muy raro asentimiento
a las de la diosa Caca peticiones.
Presento ahora sus cavilaciones.
Aquí sí que me chavé;
por catálogo mandé
que así me despacharan
y tras de eso obligaran
al pobre infierno a feos diablos recibir.
¿Qué irá el Diablo a decir
cuando tanta competencia vea llegar?
¡A mí me va a culpar!
Y es que no es uno, ni son dos ni son tres
sino son cuatro que llegan por la prez
de la famosa, roma, Caca ,diosa.
Estos diablos son la más cornuda cosa
que jamás haya parido diabla o mujer.
Que Dios coja confesa’o a Lucifer,
que será un niño de teta este caído
al la’o de estos bandidos.
¿Quién diablos al Diablo seguirá,
cuando ahora haya cuatro diablos más
y cuál de los cinco es más diablo?
¡La lucha surgirá!
¡En vano no hablo!
Allí las pailas le van a privatizar;
los  caballos a los apolípticos jinetes
les van rápido a robar.
Por sacarle billete,
el grinche al diablo le van a empeñar.
Habrá allí demonios rojos y con pava,
demonios azulejos,
y verdes demonios, chava que chava.
Conviene, pues, elegir al más pendejo
con cuidado y con celo
y mandarlo pidiendo pon pal cielo.
¿Pero cuál será el más menso animal?
¿Puerco Fortuño? o ¿Asno Anibál?


Asamblea Coquicua a favor de las expresiones de Calle 13.


 Asamblea Coquicua a favor de las expresiones de Calle 13.
Ante las afortuñadas amenazas ambientales, habiéndole dado el gobierno muy flácida trata cálzica al área cársica, diciéndole al corredor del nor-éste es, y habiéndose puesto en peligro la entera estirpe coquicua, se reunieron los coquíes un día en asamblea a dilucidar su escaso futuro. Uno de ellos que había emigrado hasta una ventana miami con acceso a televisión, internet y otras amenidades, se puso a contar los sucesos que habían dado pie a su futura moción y así las cantó:
    -En esta reunión en que a todos los veo moquibajados quiero aprovechar para contarles unas cosillas que me han hecho saltar pa fuera mis saltones ojos. Y es que según las conversaciones que oigo desde mi ventana y, como otros de ustedes ya estarán bien enterados, las cosas no andan bien en este país en que todos cantamos. He visto por las rendijas que los dueños de mi ventana andan más pelaos que rodilla de cabro, chillando todos por una desgraciada criatura que les tiene los bolsillos rotos y no sé qué más. Tan flacos por las pérdidas andan que los mosquitos ya ni entran en su casa, porque parece que alguien ya les tiene todita la sangre chupá, y esto me tiene a mí peor que a  ellos, porque me han sacado los mosquitos de la boca. Y eso soy yo, que vivo en una ventana, que según me han cantado mis primos y familiares que todavía viven en las hojitas, allí está peor. Allí quieren hacer hoteles pa gente que no les gusta oírnos cantar. Quieren arrancar hojas y sembrar postes, gasoductos, carreteras y casas sin permiso ni aviso. Quieren cambiarle el camino que siguen los ríos y dejarnos sin ni el rocío que nos llegaba por carambola. Quieren expropiarnos hasta las raíces donde a falta de otra cosa nos refugiabamos. Y con todo esto, juro por la madre que puso el huevo del que nací, que coincido hasta en mi más íntima humedad con las palabras de un tal Calle 13, al que vi hace unas noches desde mi ventana, y que le llamó a la criatura responsable de nuestra desgracia  con gran muestra de sinceridad, por no decir precisión, hijo de la gran puta. Tanto me conmovió la sencilla verdad que cobijaban sus palabras, que, sorprendido, en ese mismo momento, en vez de salirme nuestro tradicional coquí-coquí, me salió de mi coquicua alma cantar hueputa-hueputa. Al oírme cantar mi nuevo canto, los dueños de mi ventana aplaudieron con extraña emoción, asintiendo a cada sílaba que había salido de esta boquita mía. Tanto así que jamás vi a persona humana acercarse más al verdadero sentimiento coquicua que mis ventanales auspiciadores en ese hueputa momento. Creo, pues, que la hermandad entre humanos y coquíes es hueputamente posible. Y propongo que, en honor de ese momento y en repudio a tan nefasta criatura como lo es el gobernador, que el cambio de coquí a hueputa se haga oficial entre nosotros y que todos, de este modo, empecemos a cantar verdades tan genuinas y sinceras.
    Tras tal discurso la gran mayoría de la asamblea coquicua se unió en un canto hueputa, llevados por la emoción y la sensatez de tan bien informado miembro. Uno de ellos, sin embargo, no queriendo faltar a la mejor tradición coquicrática, decidió expresar su objeción ante el consenso general. Y así las cantó.
    -Hermanos coquicuas, en esta ocasión permítanme disentir, pues siempre hay espacio para ello en nuestras asambleas. Bien sabidas tengo las expresiones del tal Calle 13. Pero no menos sabidas tengo las palabras de la resolución 77 de la cámara de representantes, la cual impone que el epíteto hueputa, no debe “ser repetido ni imitado por ningún otro ser viviente en la Isla o en otro país”. Irá contra la ley nuestro propósito, pues, sin duda, nos aplica tan estricta y chiringuita resolución, que aun a las matas del campo y a los microbios de los toiles les da un tapaboca.
    Otro molesto coquicua decidió añadir a esto:
    -A la verdad que entre coquicuas nunca falta un huelestaca. Si eso dice esa resolución, saquemos otra resolución nosotros en la que declaremos hueputa a tos los miembros de esas puercas cámaras y a su hueputa comandante.
    Ante lo cual, intervino el primer coquí, cantando:
    -Secundo la moción de publicar una resolución. Pero enfoquemos nuestros hueputas cantos en el gobernador, que, si bien este entero gobierno muy bien merece el nombre hueputa, perderíamos el énfasis que nuestro repudio quiere mostrar. En cuanto a la objeción aquí expresada, debo decir que aprecio tu preocupación camarada coquicua. Sin embargo, es nuestro deber combatir la injusticia a la par que el ridículo de los caprichosos fabricadores de una censura que le falta tan grandemente a la verdad.
    Todos los coquicuas cantaron ahí hueputa en las alturas y aprobaron las mociones correspondientes.
    Al otro día envió la asamblea coquicua la siguiente resolución a los medios.
RESOLUCION DE LA ASAMBLEA COQUICUA EN CUANTO AL CAMBIO DE POLITICA CANTORA
    La asamblea coquicua ha aprobado por unanimidad el cambio de nuestro tradicional coquí-coquí a hueputa-hueputa. Queremos que este cambio no se preste a ambigüedad. Por la destrucción de nuestros hogares coquicuas, por el descaro y el abuso, en desafío a resolusiones que censuran la más sencilla de las verdades, coincidimos con las expresiones de Calle 13 y dirigimos nuestros hueputas al gobernador de Puerto Rico por las razones anteriormente expresadas. Más aún, exhortamos a todos aquellos que han disfrutado de nuestro canto que hagan lo propio, y lo propio no es más que unirse a Calle 13 y a nosotros en este hueputa momento y cantarle la verdad a este gobernante. Muchas gracias.
    En todos los campos y pueblos, en todas las bañeras y ventanas, en todos los árboles y paredes, y en todos los corazones coquicuas sonó entonces el canto hueputa-hueputa. Hubo alguna cobertura mediática. Pero todo no pasaba de un pequeño escándalo hasta que La Comay le dedicó su primer programa y entonces el gobierno se vio obligado a prestarle atención a un problema que en labios de Kobbo se había convertido en un asunto de la más profunda seriedad. Fortuño entonces decidió crear un comité especial para encargarse de la crisis hueputa. Y así comenzó su cháchara.
    -¡Señor gobernador! ¡Señor gobernador! ¿Qué hacemos? ¿Qué hacemos? ¡Señor gobernador!, señalaron los asesores a coro.
    -Pensemos, respondió colocándose el puño bajo la barbilla el señor gobernador.
    -¿Qué?, replicaron los confundidos consejeros.
    -Pensemos, ratificó el señor gobernador.
    -¿Qué?, sintieron la necesidad de sugerir los asesores.
    -Pensemos, sin dar lugar a dudas confirmó el señor gobernador.
    -¡Ah!, aconsejaron los consejones a sueldo.
    -¡Muy bien!, felicitó el señor gobernador.
    -¡Señor gobernador! ¡Señor gobernador! ¡El gasoducto y esto! ¡Señor gobernador!, abundaron los billetales consejales.
    -¿Jum?, inquirió el señor gobernador.
    -¡Señor gobernador! ¡Señor gobernador! ¡Elecciones, gasoducto y esto! ¡Señor gobernador!, disertaron los bien pagados analistas.
    -¡Genial!, celebró el señor gobernador.
    -¡Ajá! ¡Señor gobernador! ¡Buena idea! ¡Señor gobernador!, asintieron los acomodados consejeros.
    -¿Si soltara gas el gasoducto, mataríamos los coquíes? ¿No?, sugirió el señor gobernador.
    -¡Brillante! ¡Señor gobernador! ¡Sólo un detallito! ¡Señor gobernador! ¿Y la gente? ¡Señor gobernador! La gente vota. ¡Señor gobernador! El gas es venenoso. ¡Señor gobernador! No quedarían votantes. ¡Señor gobernador!, respondieron iluminados los asesores.
    -¡La gente! Digo, ¡los votantes! ¡los votantes! ¡Maldición! ¡Si tan sólo se ganaran las elecciones sin votantes! Pero entonces ¿qué podemos hacer?, añadió inquisitivo el señor gobernador.
    -¡Google! ¡Señor gobernador! ¡Google!, opinaron los buenos consejales.
    -¡Excelente! ¡Por eso les pago!, respondió emotivo el señor gobernador.
    Semanas después, tras profundo análisis y pormenorizada investigación, retornaron los asesores con la primera página de su búsqueda de Google impresa, cuyo primer resultado había sido subrayado con un marcador azulito. La banderearon ante la carota gobernante y ésta, forzada a leer, gritó por su boca de comer:
    -¡Profesional! ¡Eureka! ¡Dios bendiga la inventiva Hawaiiana! ¡Imitemos un estado! Se matan estas ranas con cafeína. ¡Compremos café! ¡Despachemos a estas vulgares ranas!  ¡Salvaremos la industria del café puertorriqueño! ¡Si tan sólo Calle 13 tampoco tolerara la cafeína! Pero, en fin, no se puede tener todo en la vida. De aquí a un tiempo, cuando las generaciones futuras examinen este tiempo más allá de matices partidistas, reconocerán que éste que está aquí fue quien salvó la economía por todo el café que habrá que comprarnos a nosotros mismos. ¡La prensa selecta!  ¡La prensa selecta!
    Llegó la prensa selecta. Habló Fortuño. Le comieron el cuento y se lo vendieron al resto. Días después, con pasmosa diligencia, compró el gobierno la entera producción de café puertorro, contrató una agencia privada que se encargó de conseguir los necesarios recolectores, se crearon miles de empleos, se procesó con éxito la cafeína, llovió café en el campo, ya no hubo coquíes. Sólo unos cuantos seres humanos denunciaron el verdadero esquema gubernamental. Las protestas fueron disipadas puntualmente.
    Frente al Capitolio se cuenta que uno de esos jíbaros nostálgicos se quejaba lastimeramente, porque dizque no podía dormir sin los coquíes que le cantaban cada noche desde su ventana. Se dice que un grupo de hombres y mujeres que pasaba por el lugar, escuchando su borincano lamento, se indignaron ante su falta de propiedad ciudadana, y con estas palabras lo instruyeron en las vitudes de la corrección política:

-¡Pero chico! ¿Qué tú quieres? ¡Estaban hablando malo!